¡La desescolarización no es una solución!

FRAGMENTO DEL CAPÍTULO DE ANA THOMAZ EN EL LIBRO “MÁS ALLÁ DE LA ESCUELA – HISTORIAS DE APRENDIZAJE LIBRE”

Como educadora, siempre me pregunté: ¿qué es enseñar?, ¿qué es aprender? Mis investigaciones se han vuelto un campo de descubrimientos constantes de los procesos biológicos que explican el modo de aprendizaje del ser humano.

Todo el tiempo estamos creándonos a nosotros mismos, y eso nos invita a actualizar frecuentemente nuestras posibilidades. Cuando estamos inmersos en un tema, percibimos el cambio de nuestras perspectivas, ya que miramos el mismo asunto de modos distintos. Aunque el tema sea el mismo, con el tiempo y con la experiencia nos transformamos y nos volvemos capaces de ver en él nuevas aristas. De esta manera, lo que comparto aquí son mis percepciones del momento, que ciertamente serán otras con el tiempo y con más experiencia, y que seguramente se volverán cada vez más consistentes y complejas.

Mi experiencia de hoy está sustentada por veinte años de convivencia dentro del aula con más de trescientos alumnos de todas las edades (desde niños hasta ancianos), así como por la experiencia del intenso encuentro con la maternidad desde el año 1993. Mi hijo más grande dejó de ir a la escuela a los catorce años y mis dos hijas nunca fueron.

Aquí comparto este proceso vivido dentro de la escuela, como educadora, y fuera de ella, con mis hijos, sustentado por mucha investigación, experimentos y reflexiones. Incluso como educadora, dentro de la escuela, sentía con claridad el conflicto común entre alumnos, padres, profesores e institución: “Vamos a seguir sin cuestionar mucho, pues si empezamos a desconfiar de lo que estamos haciendo, vamos a tener que desaprender muchas cosas y encarar el tan temido ‘no sé’, que trae un gran vacío”. Y así, todos buscan distracciones entre con- tenidos, evaluaciones, calificaciones, reuniones, planeaciones y metas, bajo la ilusión de que están cumpliendo con su ocupación cotidiana.

Cuando mi hijo, a los trece años, me pidió abandonar la escuela, esa no era una posibilidad conocida para mí. Sin embargo, gracias a mis experiencias y cuestionamientos sobre lo que es educar y aprender, algo auténtico me resonaba en su petición. Nos preparamos durante un año hasta lograr experimentar, por primera vez, un inicio de año escolar sin compromiso con la institución educativa. Cuando lo hicimos, lo podíamos todo, pero nos sentíamos totalmente limitados por lo conocido; nos sentíamos presionados por la necesidad de sustituir la educación escolarizada de alguna manera.

 

Nuestro primer acto de valentía fue destruir esa presión de lo conocido, lo que significaba que no nos basaríamos en la experiencia que estábamos dejando atrás, sino que iniciaríamos un nuevo camino a partir de lo desconocido, del vacío, del no saber. Miramos hacia dentro de nosotros, nos miramos el uno al otro, y vimos que estaba todo ahí, en la relación entre nuestro sentir, nuestro pensar y nuestras emociones. Ya no importaban los contenidos ni las metas; importaban las personas y sus expresiones, su capacidad de relacionarse consigo mismas, con los demás y con el mundo.

A pesar de que vivíamos sin comparaciones, evaluaciones, reuniones ni planificaciones, teníamos la sensación de que algo en nosotros estaba fuera de eje. La necesidad de dejar la escuela era un aviso de que algo no estaba funcionando plenamente. Y ahora, ya fuera de ella, nada podía garantizarnos esa plenitud, pues ese corrimiento ya era parte de nuestro sistema de creencias, hábitos y patrones.

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Niños del Taller de Aprendizaje Vivo de Munay en actividad de elección de aprendizajes

La necesidad de dejar la escuela era un aviso de que algo no estaba funcionando plenamente. Y ahora, ya fuera de ella, nada podía garantizarnos esa plenitud, pues ese corrimiento ya era parte de nuestro sistema de creencias, hábitos y patrones.

El «alineamiento» al que aspirábamos era la coherencia entre pensar, sentir y actuar. Es evidente que somos educados para desalinear ese movimiento intrínseco en todos nosotros. Entonces, pensamos una cosa, sentimos otra, e incluso hacemos otra distinta.

Cuando pensamos y sentimos algo que no es aceptado socialmente, nuestra educación nos lleva a actuar de manera controlada y diferente a lo que pensamos y sentimos. Somos educados para controlar lo que sentimos, anestesiar nuestras relaciones emocionales, pensar lo que se supone correcto pensar, y seguir sustentando un mundo habitado por seres humanos desalineados y desconectados.

Un ejemplo concreto de alineamiento/desalineamiento dejará más claro el concepto: un niño está jugando con un juguete; su hermano aparece y se lo quita; la reacción del primer niño es de rabia porque piensa: “Él me quitó el juguete y eso no me gustó”, lo cual sustenta su acción de llorar o de intentar recuperar su juguete y tal vez pegarle al otro niño. Dejemos un poco de lado los acuerdos sociales para percibir el proceso alineado y conectado de ese niño, que siente, piensa y actúa con alineamiento. Atención: no estoy diciendo que esté bien pegarle al otro niño, pero sí que su voluntad de pegar es coherente con su sentir y su pensar. En el otro niño también podemos observar la coherencia y el alineamiento entre su emoción, su pensamiento y su acción: al ver a su hermano jugando quiere participar y, sustentado por el pensamiento: “Si yo tuviera ese juguete, también jugaría”, le quita el juguete.

La educación busca desalinear cuando enseña a los dos niños a actuar de forma desconectada, aunque socialmente aceptable, para, así, “pertenecer a esta sociedad”. Entonces les decimos: “No llores”; “No pegues”; “No grites”. Después damos explicaciones y justificaciones para formatear su pensamiento: “Solo quiere jugar un poquito; si al- guien pide tu juguete se lo tienes que prestar para que también pueda jugar”. Y finalmente, educamos sus emociones diciendo: “No te enojes”; “No estés triste”.

Al ser mamá de tres hijos, sé que la solución no es dejar que los niños hagan lo que quieran y que siempre resuelvan todo según su voluntad o su alineamiento. El camino que quiero aportar es otro. Sorprendentemente, cuando acogemos con atención y afecto la expresión más alineada, más genuina (aunque no sea aquella socialmente aceptada), los niños rápidamente se reorganizan para entrar en relación consigo mismos, con el otro y con el mundo. Sus emociones fluyen y se transforman inmediatamente.

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[…] No estoy hablando del conocimiento o las técnicas que un adulto pueda tener como recursos, sino de un estado verdadero y real de equilibrio entre lo que piensa, siente y hace en el momento. Ese estado es un alineamiento y una conexión que nunca fuimos incentivados a desarrollar. Somos adultos atrofiados, desconectados y desalineados que buscamos compensaciones en el conocimiento, el intelecto, el control.

Pero aquí la exigencia es otra y necesitamos no solo saber, sino convertirnos en aquello que sabemos. Ese es el cambio necesario para transmutar la sociedad que ya no queremos más: estar en constante alineamiento entre nuestro pensar-sentir-hacer para fluir y ampliar las percepciones, siendo creativos en todas nuestras relaciones. Se trata de un proceso que los adultos necesitamos desarrollar. Los niños todavía están alineados, conectados, listos para fluir; pero para no atrofiarse dependen de la atención, el acogimiento y el afecto de adultos que sean capaces de ver su legitimidad y alineamiento, y no que simplemente reaccionen frente a sus llantos, rabietas y ataques. El futuro depende de los adultos, pues el presente ya está garantizado por los niños.

Como pienso que la escuela es un ambiente que determina la desconexión del ser, opté por no someter a mis hijos a ese proceso, pero sacarlos de la escuela está lejos de ser una solución. La invitación es a ampliar nuestros horizontes, a hacernos más responsables por la autocreación continua en todas nuestras relaciones, inclusive con los niños, que necesitan de la presencia de adultos conectados para crecer con todo su potencial.

Ahora puedo hacer referencia al título de este texto: “La desescolarización no es una solución”. Quiero expresar que los niños que están en la escuela y son educados para estar desalineados y desconectados, al abandonar la escuela encontrarán adultos que seguirán haciendo lo mismo en términos de educación. Si los adultos que les acompañan en la familia siguen desconectados, nada cambiará, e incluso la supuesta solución se convertirá en problema. Por esto, más importante que sacar a los niños de la escuela es sacar la escuela que hay dentro de nosotros mismos, los adultos. Al estar alineados y reconocer las acciones y emociones reprimidas por nuestra educación, podremos liberarnos de esas fuerzas estancadas que determinan nuestros comportamientos y emociones, y encaminarnos hacia la creación de nuestras propias acciones.


Resultado de imagen para ana thomaz  Ana Thomaz

Ana Thomaz es madre de tres hijos que la hacen conocerse profundamente. Está ca- sada con un argentino que amplía sus perspectivas de una mirada artística en el día a día. Vive en comunidad, lo cual le posibilita dejar sus creencias de vida nuclear, y está cada vez más dispuesta a no rotularse ni limitar sus posibilidades de existencia. Para contactarla: anavidaativa@gmail.com / www.amalaya.art.br/.


MSALLD_1 “Más allá de la escuela – Historias de aprendizaje libre” (2018)

Constanza Monié – Cesilia Roja (comp.)

Contacto con las editoras: Facebook 📘 Historias de aprendizaje sin escuela

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Fotos: Espacio Vivo Munay

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