ALTERNATIVAS EDUCATIVAS: QUÉ ES Y CÓMO FUNCIONA EL UNSCHOOLING

Fragmento del capítulo de Yvonne Laborda en el libro «Más allá de la escuela – Historias de aprendizaje libre»

Educar es extraer del otro, dejar salir y florecer, y no introducir conocimientos académicos. Los niños ya son un todo y lo ideal sería permitir que ese todo se manifieste. Ellos ya vienen conectados a su sí mismo. Somos los adultos y el entorno quienes los desconectamos de su verdadero ser. Salirse de sí mismo es un gran esfuerzo para el alma infantil, ya que el niño debe reprimir aquello que es genuino: sus intereses, pasiones, ritmos, e incluso su necesidad motriz.


Las emociones también son muy importantes a la hora de aprender. De hecho, las emociones afectan toda la vivencia infantil: el juego, la alimentación, las relaciones con iguales y, posteriormente, al aprendizaje formal. Las emociones pueden generar la guerra o la paz. Para que un niño pueda aprender libremente, necesita sentir que sus necesidades son respetadas, satisfechas en la medida de lo posible y escuchadas por los adultos referentes.


El sistema límbico, o lo que es lo mismo, el cerebro emocional, necesita ser estimulado para poder aprender y hacer las conexiones neuronales necesarias. Cuando un niño está estresado, preocupado, siente ansiedad, miedo, culpa, o no se siente feliz ni está a gusto, los niveles de cortisol y adrenalina se disparan y suben. Por tanto, hay una pérdida de riego sanguíneo en la base pre frontal cerebral que bloquea la conexión neuronal y el niño siente que no puede o no vale.

Dicho de otro modo, cuando un niño se siente feliz, valorado, tenido en cuenta, escuchado, seguro, los niveles de betaendorfina suben y hay más riego sanguíneo en la base pre frontal; por tanto, aprender es más fácil al estar conectados con la creatividad y el ser esencial. El médico español Mario Alonso Puig lo explica muy bien y en una resonancia funcional magnética se pueden comprobar dichos niveles y sus efectos. En resumen, para poder tener acceso al ser esencial de cada niño y a sus talentos innatos, es necesario permitirles conectar con sus propios ritmos y pulsos, además de propiciar un ambiente seguro, emocionalmente hablando. Esto es, acompañarlos desde quienes ya son, desde el lugar de donde vienen y permitirles llegar a donde quieran llegar.

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La enseñanza formal tradicional hace que el niño tenga que reprimir dichos ritmos, ya que debe adaptarse al grupo o al profesor: todos deben hacer lo mismo al mismo tiempo y del mismo modo; la enseñanza es dirigida y forzada. Esta despersonalización lo aleja totalmente de su verdadero ser, de sus verdaderos intereses, deseos, ilusiones, pasiones y
talentos; en definitiva, lo desconecta de su propósito de vida. Y así, muchos niños llegan a la adolescencia totalmente desconectados y sin saber quiénes son, de dónde vienen y, mucho menos, a dónde quieren ir.


Los centros de enseñanza convencionales están organizados para el día a día de los adultos, no del niño. No favorecen el despliegue de la creatividad; más bien la reprimen. Los centros culpan a los padres y los padres se quejan de los centros. Y los niños son los rehenes. En realidad, nadie mira al niño ni a sus verdaderas necesidades.
Hay que buscar soluciones a favor del desarrollo de los niños y no en su contra. Es urgente darles más voz y mirada.

Tenemos que empezar a mirar por fuera del rebaño si realmente queremos que lleguen a donde quieren ir. Se trata de, por fin, escuchar la voz del niño que nadie oye. Cada vez hay mayor distancia entre la vivencia interna real de los niños y lo que se espera de ellos. Cuanta más distancia emocional haya entre la experiencia y la vivencia del niño y su entorno, menos podrá conocerse, comprenderse y desarrollarse.


¿Cómo aprende realmente un niño? Para poder aprender, tenemos que tener interés, pasión y motivación intrínseca; es decir, la que nos viene de dentro, del corazón y no la motivación externa que depende de premios, amenazas y castigos. Los niños desconectados son los que no podrán saber qué les gusta o qué les interesa. Donde hay un verdadero interés, hay aprendizaje. No se puede aprender sin interés, sino más bien solo memorizar, y lo memorizado se acaba olvidando. Los niños aprenden más y mejor cuando están interesados en aquello que quieren o necesitan aprender. Para interesarse por algo, un niño necesita ver, experimentar, preguntar a su propio ritmo.


Aprender es más emocional que racional. Las emociones juegan un papel fundamental en el aprendizaje. La creatividad sale de la pasión y no del razonamiento; las pasiones salen del corazón del ser esencial. No hay nada que un niño pueda aprender de verdad que no sea desde su interior. Realmente, ¿permitimos que esas pasiones se manifiesten? Hay niños que han ido a escuelas convencionales durante años y acaban recordando muy poco de lo que les enseñaron porque nada les interesaba ni lo necesitaban. John Holt ya lo decía: “Muy poco de lo que se enseña en la escuela se aprende, muy poco de lo que se aprende se recuerda y, por último, muy poco de lo que se recuerda se usa”.

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Un niño verdaderamente conectado y motivado podría aprender a los doce años una regla de tres simple en cinco minutos y recordarla el resto de su vida, porque él habrá encontrado el sentido de ese aprendizaje. El unschooling propone un aprendizaje natural o autónomo: nadie dirige al niño desde fuera para introducirle conceptos académicos en su cabecita, a no ser que sea él mismo quien muestre interés por algo en concreto o lo necesite. Los niños no son recipientes vacíos que hay que llenar.

Solemos pensar que para aprender tiene que haber alguien que enseñe. Querer enseñar algo a alguien no es suficiente para que esa persona lo aprenda. Ya dijimos que el verdadero motor del aprendizaje es la curiosidad y la motivación intrínseca, y no el hecho de que alguien decida qué se debe aprender, cuándo y a qué ritmo; entonces, ayudar a aprender no es lo mismo que querer enseñar. El protagonista no es quien pretende enseñar, sino quien quiere, desea o necesita aprender.

Unschooling significa respetar los procesos naturales de aprendizaje de los niños y, sobre todo, su ritmo intelectual y emocional. Un ejemplo de aprendizaje natural o autónomo es como los niños aprenden a hablar su lengua materna: absorben el modo en que su madre y demás adultos utilizan dicha lengua. Al estar expuestos a ella, la aprenden, por inmersión, no porque nadie se las esté enseñando. Hablar es la herramienta que utilizan para poder comunicarse y obtener lo que quieren o necesitan. Antes de poder hablar utilizaban el llanto, los gestos, el lenguaje corporal y ciertos sonidos. Cuando aprenden a hablar no están pensando: “Voy a practicar un poco más a ver si mañana me sale mejor”. Hablar es la herramienta que el niño necesita para comunicarse con las demás personas.

Unschooling es confiar y saber esperar, ya que cada momento de aprendizaje verdadero llegará. A los adultos nos cuesta confiar en el verdadero potencial humano, ya que pocos confiaron en el nuestro. Aprender a confiar en que el niño es capaz de desarrollarse de manera autónoma es el gran desafío de los adultos.


Los niños saben mejor que nadie lo que necesitan aprender para conseguir lo que quieren saber, y los padres y demás adultos deberíamos estar para darles, mostrarles, facilitarles y, si es necesario, enseñarles todas las herramientas necesarias para ese fin. La mirada no debería estar en qué tan bien hacen algo sino en qué es lo que están haciendo, qué les motiva, qué les interesa, qué les apasiona. Conseguir fomentar esas pasiones y no apagarlas debería ser la función real de la madre, del padre o de cualquier adulto acompañante; identificar dichos talentos es fundamental. Todos venimos con algo para ofrecer a la humanidad aunque muy pocos logremos hacerlo realidad.


Algunos niños creen que no tienen talento ni pasión, que no valen, que no sirven para estudiar. Son niños adaptados, resignados, desconectados de su ser. Tuvieron que dejar de escucharse para obedecer y complacer a los profesores o a los padres. Dejaron de ser ellos mismos y reprimieron todo lo que tenían para ofrecer al mundo. ¿Cómo podemos recuperar a ese ser esencial escondido y dormido? Preguntando al niño o adolescente qué necesita, qué quiere, qué desea, qué podemos hacer por él. Intentando recordar qué es eso que nos pedía de pequeño y no escuchábamos: mirada, juego, conversación, amor, caricias, besos, atención, presencia, tiempo en exclusiva.

Podemos empezar a dar hoy todo eso que antes no pudimos. Intentemos dejarle ser él o ella misma sin juzgar lo que hace, cómo lo hace, cuándo lo hace y a qué ritmo lo hace. Podemos interesarnos por lo que realmente le interesa. Y si está tan desconectado que parece que ya nada le interesa, podemos empezar a proponer sin imponer, a involucrarnos más en su día a día y hacer más cosas juntos.

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Lo más importante es respetar los ritmos internos de sueño, hambre, juego, silencio, movimiento. El niño necesitará tiempo y libertad para poder aprender a escucharse y a confiar en sí mismo. Necesitará de nuestra seguridad e intimidad emocional para poder confiar en nosotros y lograr abrirse de nuevo. Para tener acceso a nuestro ser, necesitamos conectar con la diversión, el juego, el placer, la motivación intrínseca, los intereses, los deseos y las pasiones. Y para ello, un niño o adolescente necesita saber que eso que desea o necesita es válido, correcto y aceptado por los padres y demás adultos referentes. Muchos adolescentes desconectados eligen estudios o profesiones por descarte, por el sueldo, por la salida profesional, por complacer a los padres, por las notas. Muy pocos saben quiénes son realmente y qué desean ofrecer o qué les gusta.

Todos tenemos talentos y dones esperando ser vistos y esperando tener permiso
para salir. Sin embargo, sin seguridad emocional no hay conexión emocional.
En el proceso evolutivo y educativo estamos todos, no vale culpar a la sociedad o a las escuelas. Las escuelas son una necesidad social del adulto. Un niño no necesita de una escuela para aprender, crecer y desarrollarse. Necesita unos padres amorosos que lo aceptan y lo quieren por ser quien es; necesita de un entorno seguro e interesante para poder interesarse por la vida; necesita de otros adultos que acompañen dichos intereses y fomenten nuevos.

En la primera infancia, lo único que un niño necesita es poder jugar y jugar. Ese es el diseño original. Si los niños tuvieran la libertad de hacer lo que más necesitan las veinticuatro horas del día, en la primera infancia se pasarían el día entero jugando;
así es cómo aprenden sobre el mundo que les rodea. Mientras juega, el niño pequeño hace montones de conexiones, simboliza a través del juego todo aquello que no entiende de este mundo, utiliza su imaginación para reproducir vivencias que le producen miedo o ansiedad. El juego, si es libre y no dirigido por el adulto, puede llegar a ser muy terapéutico, sanador y, aunque a veces no nos lo parezca, es una de las mejores herramientas que tienen los niños para aprender casi todo.

 

 


Yvonne Laborda Sans  Yvonne Laborda

Yvonne Laborda es madre, esposa, terapeuta humanista-holistica y autora del libro “Dar Voz al Niño”. Imparte conferencias, charlas, talleres y cursos sobre Crianza Consciente, Unschooling (aprendizaje autónomo), Educación Emocional y Crecimiento Personal por toda España

https://yvonnelaborda.com/


MSALLD_1 «Más allá de la escuela – Historias de aprendizaje libre» (2018)

Constanza Monié – Cesilia Roja (comp.)

Contacto con las editoras: Facebook 📘 Historias de aprendizaje sin escuela

¡Gracias por permitirnos compartir estos textos!


Fotos: Espacio Vivo Munay


 

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